domingo, 12 de junio de 2011

imperialista

Toda la gigantesca obra de El Libertador fue y es antiimperialista. Ese es su signo más definitorio. Cada frase suya de rebeldía, cada marcha, cada combate cuerpo a cuerpo, cada proclama, es una acción convencida contra la hegemonía imperial.

Bolívar fue contrario a toda forma de dominación extranjera sobre los pueblos. Las alianzas tácticas que estableció con los ingleses, por ejemplo, siempre tuvieron la claridad del carácter principista no transigible de esta condición. La soberanía popular y la independencia nacional constituyen en el ideario bolivariano lo medular en lo político.

Maracaibo, 5 de agosto de 2009. Al escribir en Guayaquil “… y que no harán los Estados Unidos que parecen destinados por la providencia para plagar la América de miserias en nombre de la libertad”, Bolívar dejó para la historia una predicción de irrefutable veracidad, demostrando el carácter científico de su pensamiento político, que le permitió vislumbrar el devenir de aquella potencia imperialista que recién nacía.
Era el 5 de agosto de 1829. El Libertador se hallaba desalentado ante los problemas de ingobernabilidad que padecían las nuevas repúblicas surgidas de la guerra de independencia que él y otros héroes encabezaban. Tenía el humor gastado por el mar de intrigas en que se había trocada Lima por esos días.
Sucre había sido expulsado de Bolivia al grito racista de ¡Fuera mulatos! Su brazo derecho tenía fresca la herida de Chuquisaca. Santander había ganado amplio terreno y la “noche septembrina” se prolongaba en el alma bolivariana como un doloroso eco silente que mermaba los sueños grancolombianos.
En vano alertó y se opuso a la participación de Estados Unidos en el Congreso Anfictiónico que él mismo convocó un 7 de abril de 1824, dos días antes de Ayacucho.
La Doctrina Monroe, en la cual los Estados Unidos proclaman una América para los americanos el dos de diciembre de 1823, le pareció a Francisco de Paula Santander, una “política consoladora del género humano, (que) puede valer a Colombia un aliado poderoso”.

Bolívar responde convocando el Congreso de Panamá, con el fin de confederar a Colombia (Venezuela, Ecuador y Nueva Granada), México, Centro América, Perú, Bolivia, y Chile, para unir fuerzas contra “la ambición de las naciones que llevan el yugo de la esclavitud a otras naciones” y en busca del “equilibrio del universo”.

Luego ese “aliado poderoso” le arrebató Panamá a la Colombia de Santander.
Hoy el gobierno de Álvaro Uribe Vélez continúa la política entreguista de la soberanía colombiana al imperialismo yankee, al permitir la instalación de nuevas bases militares en ese territorio.

Es demasiado obvio el propósito amenazante contra la Revolución Bolivariana. Las comparaciones hechas por el canciller Bermúdez con las relaciones que mantiene Venezuela con Rusia, Cuba o China, no lucen acertadas, y, al contrario, pretenden encubrir el nefasto saldo histórico de las intervenciones imperialistas que los Estados Unidos han protagonizado en Nuestra América.

Desde el descuartizamiento de México hasta el despojo de Panamá, el derrocamiento de Jacobo Arbens en Guatemala y Salvador Allende en Chile, las invasiones a Cuba, República Dominicana, Grenada, Panamá hace 20 años y los ataques mercenarios a Nicaragua, todas han sido acciones criminales de Estados Unidos contra la soberanía y los pueblos del continente.

No hay comparación posible ante los ojos de la historia y de los pueblos.

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